El albergue Cascoxu empieza a escribir su propia historia. Acaba de nacer y nos gustaría compartir nuestras vivencias e inquietudes desde el interior. Esas pequeñas historias que dan alma a los sitios.
Os contaremos actividades y eventos también de nuestro entorno relacionados con la agroecología, el patrimonio cultural y natural y el Camino del Salvador.
Esperamos que sirva para acercarnos, conocernos y contribuir a la sostenibilidad de un mundo rural vivo.
12/12/2022
“Me dejé un rato para el Cascoxu y salieron unas palabras. Me parece bien si lo usas o no lo usas. Si lo usas entero o lo recortas o lo modificas. Mi parte, que es sentirlo, está hecha”
Como pa nun usalo, moza. Qué tanto compartir con cualesquier que tea comenenciudu de gociar d’asemeyáu regalu tan guapu y prestoso. Munches gracies, equí tamos cuando quieras.
QUE NO ESTABA MUERTO, QUE NO. ¡ESTABA TOMANDO CAÑAS!
Ya se deja oler el invierno. Las montañas se peinan de blanco, los árboles se desnudan y el sol día a día reclama un cachito más de su merecido descanso. La pila de leña va bajando, huelen a humo las mañanas, las ensaladas ceden su espacio a las sopas y apetece recogerse… Acompañar a la noche cada vez más larga y replegarse hacia dentro, hacia el hogar donde se escriben los cuentos que se vivieron durante el verano.
Cualquier estación es un espectáculo en L.lena por el simple motivo de que es un espectáculo el territorio que nos acoge. Y el verano es la estación en que más activas están las ganas de explorar, de descubrir nuevos rincones, de cederle el cuerpo al sol para que active esas teclas que el invierno olvida.
Y aunque el escenario sea bálsamo para nuestras inquietudes humanas, hay ingredientes tan o más necesarios para que se alquimicen los adentros y restituyan las ganas de seguir apostando pasos. El calorcito humano, las voces sustituyendo al silencio, compartir los momentos.
A mi verano de 2022 no le podía faltar el Cascoxu porque es un plan que lo incluye todo: convertirme en peregrina durante un día para recorrer un pedacito del camino del salvador, intercambiar abrazos con peña que vale lo que no está escrito y dejarme arrastrar por lo que sea que traiga el día… y la noche.
Es un gustazo lanzar mis piernas a conquistar caminos que todavía desconocen, agarrarme a las sombras de robles y castaños, hacerle el acompañamiento a los pájaros con mis pasos y detenerme a escuchar el murmullo de los riachuelos, consciente de que algo se llevaron con ellos que ya conmigo no podrá volver.
Es un placer volver a ver a Rocío y Pablo, dejar brotar las sonrisas y los abrazos, aparcar mi naturaleza huraña para permitirme sentir como en casa. Atravesarme por la buscadora energía peregrina que emana de los comensales de la cena. Trasladarme a la vivencia de barrio que circula entre las mesas de la terraza. Recuperar el eterno presente de la infancia mientras los peques construyen sus lúdicas realidades.
Y es un privilegio mutear los “planes” para compartirse en lo que toque. Y que lo que toque sea una ducha calentita, dejarse mimar con una grata cena (postre incluido, ¡el orgasmo de las golosas!), intercambiar confesiones con Rocío entre tintos de verano. Participar de conciertos improvisados en los que a ratos disfrutas de la música y a ratos eres quien la crea. Olvidar el reloj para descubrir que se me pasó la habitual hora de ir a dormir. Acurrucarme en una cama calentita (sí, en el norte tenemos la suerte de taparnos en verano) y agradecer la elección del Cascoxu para pasar el día porque me doy cuenta que era exactamente lo que necesitaba.
Y me descubro amaneciendo en Llanos, testigo del sigiloso despertar de los peregrinos que retoman su camino. Permito que las sábanas me acaricien un ratito más antes de pedirle a mi cuerpo que se entregue a un nuevo día. Desayuno con Pablo y tostada a elegir (mantequilla, ¡por favor!). Intercambio soledades con un peregrino que reposta café en medio de su etapa. Experimento el temor a no querer marcharme nunca de aquí y anclarme como okupa perenne del Cascoxu. ¡Me tengo que ir! Pero hoy es la cosecha del arbeyo. ¿Cómo voy a no recoger el arbeyo estando aquí? Me quedo un poquito más, integrando una pequeña cuadrilla custodia de una tradición que cada año amenaza más seriamente con extinguirse. Y me entrego a la meditativa tarea de arrancar matas, sentir el tacto y sonido del punto óptimo de maduración, saludar a los azules rebeldes que prematuramente escapan de sus vainas, modificar el paisaje desde la plantación original hasta las montañas en las que se convirtió al final.
Y ahora sí. Si no me voy ahora, corro el peligroso riesgo de dejarme arrastrar a la barbacoa que están anunciando los que ayer poblaron con su música la preciosa noche de verano. Mejor me voy, no vaya a ser que me acostumbre a la gente y luego me cueste eso de vivir sola. Las ofertas de volver en coche se dejan caer pero prefiero regalarme camino y decidir que la prisa es opcional (lecciones inherentes al Cascoxu… que no tiene ningún lugar al que llegar porque el lugar reside implícito en el instante). Los últimos abrazos y los últimos mimos de Rocío en forma de bocata, fruta, agua. Y a andar.
Deshago mi camino por una variante que mi despiste no supo encontrar el día previo. Vuelvo a sumergirme en mi silencio, en ese mundo que es para mí, en mis idas y venidas a través del tiempo. Se me llenaron los bolsillos de recuerdos que aligeran el peso a cargar durante la travesía. Se me vaciaron los ojos de penas para poder volver a ver a través de la mirada de la inocencia. Y entre paso y paso, entre futuros y pasados, se me cuela en los oídos una banda poseída por Peret, que al viento de la montaña asturiana canta: “No estaba muerto, que estaba de parranda!”
Admin - 19:01 @ General | Agregar un comentario